Por Eduardo García Aguilar
domingo, 28 de abril de 2024
VARGAS VILA: EL OFICIO DE RABIAR
Por Eduardo García Aguilar
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LA REVOLUCIÓN DE LOS CLAVELES: MEDIO SIGLO
Por Eduardo García Aguilar
Hace medio siglo, el 25 de abril de 1974,
la Revolución de los claveles en Portugal causó una fenomenal
efervescencia en el continente europeo, pues fue una rebelión pacífica
animada por militares que llevaban flores en sus fusiles, muchos de los
cuales saltaron rápidamente a la fama por derribar la hegemónica y
larguísima dictadura del Estado Novo, vigente durante más de medio
siglo, y cuya principal figura fue Antonio de Oliveira Salazar.
Portugal,
el país de la saudade, es muy especial pues fue clave desde muy
temprano en la aventura viajera en los mares lejanos del sur, como lo
atestigua la aventura de Magallanes (1480-1521), cuya expedición de tres
años entre 1519 y 1522 logró por primera vez dar la vuelta al mundo al
atravesar la punta sur de América por el estrecho que lleva su nombre.
También la aventura mundial portuguesa en su camino a convertirse en
potencia se puede leer en la extraordinaria recopilación de memorias,
que bajo el título de Historias trágico-marítimas cuenta múltiples
naufragios ocurridos a viajeros portugueses en la ruta hacia Oriente,
pasando por el Cabo de Buena esperanza. Otra gran figura y emblema
nacional es la de Vasco de Gama, primero en realizar el viaje por ruta
marítima hasta la India, entre 1497 y 1499, inaugurando el imperio
portugués que monopolizó el comercio de las especias durante siglos,
antes de que otras potencias le disputaran la supremacía.
La
saudade es precisamente esa nostalgia o tristeza nacional anclada en
las glorias pasadas de un imperio que poco a poco fue perdiendo aquella
importancia global, hasta reducirse a una franja de la península ibérica
que mira hacia el Atlántico y hacia ese otro territorio de ultramar
también perdido y grande, el genial y exuberante Brasil amazónico.
Visitar en Lisboa los viejos palacios, el antiguo puerto, las magníficas
edificaciones oficiales y eclesiásticas de aquel tiempo nos impregna de
esa gloria pasada, especialmente en el convento de Los Jerónimos, donde
se encuentran las tumbas de Vasco da Gama y del gran poeta portugués de
la saudade, Fernando Pessoa, cuya obra vasta y variada resume todas
esas sensaciones a través de sus heterónimos, como en el poema Oda
Marítima.
Otra grande
gloria portuguesa es Luis de Camoens, el poeta nacional autor de Los
Lusíadas, quien viajó como los grandes marinos hacia el oriente, vivió
pobre en la lejanía de la colonia portuguesa de Goa, participó en
batallas, quedó pobre y perdido en Mozambique y regresó al fin a su
tierra para terminar sus días, olvidado, precario y tuerto sin saber que
en el futuro su imagen estaría en billetes, estatuas, plazas y
colegios.
El dictador
Antonio Oliveira de Salazar (1889-1970) había muerto cuatro años antes,
tras ser desde 1926 la figura prominente de la dictadura, en la que se
desempeñó como ministro de Finanzas, canciller, presidente y Primer
ministro. Economista de profesión, el personaje adusto y enigmático
logró encabezar la más longeva dictadura europea de entonces, superior
en tiempo a la del mismo dictador y caudillo español Francisco Franco.
Pues
bien, ese 25 de abril la rebelión pacífica de los capitanes derribó el
régimen en unas cuantas horas, y llevó al poder a Antonio de Spínola y
figuras como Otelo Saraiva de Carvalho o Melo Antunes que fueron
celebrados por la juventud europea,latinoamericana y africana. Desde las
capitales europeas los estudiantes tomaban buses o trenes para ir a
participar en las maniffestaciones y fiestas de júbilo en Lisboa, Oporto
y otras ciudades.
Como
pólvora las fotos de los soldados con claveles en los fusiles cruzaron
el Atlántico y fueron celebradas por estudiantes en ciudades de Estados
Unidos y América Latina. Y al interior de Portugal por un momento la
saudade dio lugar al júbilo. Desde el exilio regresaron líderes
opositores como el socialista Mario Soares, quien poco después sería el
presidente de la nueva democracia portuguesa. Y poco a poco los
centenares de miles de portugueses que emigraron para evitar la pobreza
en su país, autárquico durante la dictadura, empezaron a su vez a
retornar, aunque muchos se quedaron para siempre en los países de Europa
y América a donde se fueron, sin perder lazos con su tierra amada.
Todos
ellos saben de esa grandeza perdida y por eso la nostalgia invade las
calles de Lisboa, donde los viejos tranvías destartalados suben y bajan
las empinadas callejuelas frente al mar, en medio de los aromas del café
y los platos de la culinaria marina local. Medio siglo después de la
Revolución de los claveles, Portugal mira hacia el Atlántico cargado de
poesía e historia.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 28 de abril de 2024.
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sábado, 20 de abril de 2024
INOLVIDABLES LOCOS CITADINOS
Por Eduardo García Aguilar
Cuando
uno despunta a la literatura y el arte, empieza a descubrir el mundo con
ojos recurrentes que todo lo devoran. Al cumplir la primera década de
la existencia y emprender desde entonces el camino ineluctable hacia el
fin, las calles de la ciudad natal se convierten en el privilegiado
escenario de un teatro iniciático. Lo mejor de la pequeña urbe son las
intrincadas calles que suben y bajan y parecen tan empinadas y absurdas
que desafían la gravedad, vías por donde se deprende el agua de los
aguaceros o algún vehículo que ha perdido los frenos y baja loco a toda
velocidad hacia los abismos.
Hay
desde el inicio algunos recuerdos que uno cataloga en el fondo de la
memoria. Una gran escarabajo en una pared blanca, una botella con bellas
cerezas rojas en conserva traídas por el tío Migdonio, el padre
afeitándose frente al espejo mientras lo carga a uno con la otra mano,
las sirenas que resuenan y anuncian la caída de un gobierno, un inmenso
globo aerostático que tratan de inflar en la antigua estación de
ferrocarril y por supuesto los discursos airados de Leonardo Quijano, el
chaplinesco loco de las calles manizalitas que dirigía un periódico
llamado El Diablo.
Todas
las ciudades y pueblos tienen sus locos inolvidables y originales y
cuando hablo con amigos nacidos en otras urbes, suelen ellos contarme de
esas figuras que vieron en sus barrios y se quedaron para siempre en la
memoria. Mi amiga Luisa Futoransky me habla de uno que veía en Buenos
Aires y siempre está presente en lo que escribe. En México, durante
varios lustros me cruzaba en el centro con dos figuras increíbles.
Primero la gran poeta Guadalupe Amor, tía de Elena Poniatowska, que ya
anciana deambulaba por las calles vestida como una niña gigante,
maquillada y cubierta de prendas estrafalarias de muñeca. Ella llevaba
siempre un bastón o un paraguas con los que golpeaba a los adultos
impertinentes que trataran de abordarla, pero por el contrario siempre
se detenía cuando veía niñas o niños y empezaba con ellos diálogos
imposibles. El otro personaje era el liliputiense Margarito, el hombre
más pequeño del mundo, que recorría las calles cantando y tocando con su
mínima guitarra.
Guadalaupe
Amor (1918-2000) fue una estrella y diva de la poesía mexicana en los
años 40 y 50 y su obra publicada en las mejores editoriales españolas de
su tiempo, pero de ser aquella bella mujer admirada y adulada pasó el
tiempo y los años 70 y 80 la sumieron en el olvido, cuando otras
literaturas despuntaron y arrasaron con el pasado. Vivía por Bucareli en
el Vizcaya, un viejo edificio decimonónico frente al ministerio de
Gobierno, cerca de las calles y avenidas donde estaban situados en el
siglo XX los grandes diarios mexicanos, Novedades, Excélsior, El
Universal, entre otros.
La
ancianidad se le vino encima a finales de ese gran siglo y las élites
literarias le dieron la espalda, por lo que erraba como un personaje de
alguna película loca de Fellini, olvidada de todos, sobreviviendo en un
tiempo que ya no le correspondía, pero que ahora algunos estudiosos
rescatan con entusiasmo, como Michael Schuessler, estadounidense amante de México que publicó sobre ella el libro Guadalupe amor: La undécima musa.
Lo
mismo ocurrió con Leonardo Quijano, de quien se dice fue brillante
promesa de la política, el arte y la literatura, pero fue devorado por
los fantasmas de la demencia y la excentricidad. Uno lo veía siempre
deambular por las calles y viejos cafés cargando su cartapacio de
dibujos o vendiendo su periódico El Diablo, que traía publicidades de
negocios o bares citadinos y publicaba textos suyos escritos en un
idioma críptico e incomprensible cargado de extrañas musicalidades.
Su
periódico lo editaba en una imprenta del centro y cuando salía un nuevo
número sus admiradores, entre ellos estudiantes de bachillerato y
universidad, sindicalistas, abogados, políticos, lo compraban con gusto y
trataban de hablar con el inasible personaje que seguía su rumbo hacia
la guarida secreta donde vivía. A veces era presa de agitaciones
delirantes y en la Plaza de Bolívar, junto a la gobernación, pronunciaba
largos discursos en el galimatías incomprensible con que pensaba y
escribía.
Quijano tuvo
sus protectores y amigos como el nadaísta Mario Escobar Ortiz y el
filósofo Hernando Salazar Patiño y muchos más. El hacía parte del centro
histórico y como Guadalupe Amor en México, vivía allí en perfecta
conjunción con ese mundo ido donde eso era posible y tolerado. Al final
dicen que el poeta Wadys Echeverry lo rescató del manicomio de San
Cancio y lo entregó a unos familiares que se lo llevaron a otro lugar,
donde se esfumó para siempre.
Su
figura me impactó en la adolescencia y siempre escuché sus discursos
pantagruélicos y de tanto verlo y cruzarlo y comprarle su diario,
terminó aceptándome desde su silencio como a otros de sus jóvenes
admiradores. Por eso en mi primera novela Tierra de leones lo hice
personaje central, imaginándome otra vida paralela en una ciudad tan
extraña como la nuestra, dotada de un magnífico centro histórico
propicio para la ficción. También le dediqué un largo relato bajo el
título Una ciudad para Quijano, donde imaginaba otro destino para él y
que fue publicado en la revista La Palabra y el hombre de la Universidad
Veracruzana en 1981.
Los
locos citadinos siempre fueron personajes preferidos por los novelistas y
sin duda el más grande de todos es el ingenioso hidalgo don Quijote de
la Mancha, que era también un Quijano como el nuestro. Desde el margen
de sus locuras, Alonso y Leonardo Quijano y la mexicana Guadalupe Amor,
con sus airadas imprecaciones callejeras y sus silencios cargados de
miradas, nos interpelan y nos forman cuando despuntamos a la vida y por
eso sus leyendas respectivas perviven en el desván personal de los
prodigios.
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sábado, 13 de abril de 2024
UN MUNDO DE ÉXODOS
Por Eduardo García Aguilar
Uno
de los fenómenos que más se han acelerado en este primer cuarto del
siglo XXI es el desatado flujo migratorio que afecta todos los rincones
del planeta, cuando aumenta exponencialmente la población mundial y se
incrementan los conflictos de toda índole que los gobiernos parecen
incapaces de controlar.
Millones
de personas del sur global huyen de sus terruños empobrecidos y sumidos
en la violencia y arriesgan sus vidas para llegar a las naciones ricas
del norte donde se supone encontrarán trabajo, seguridad social y una
mejor vida, tal y como se promociona en los medios, la música popular y
las redes sociales.
Los
asiáticos huyen de los conflictos étnicos que afectan sus países como
en Birmania o Bangladés, del sureste asiático huyen de Afganistán o
Pakistán, como en otro tiempo huyeron de Camboya, Vietnam y Laos y así
sucesivamente todas las regiones se ven afectadas por un efecto dominó
que incluye genocidios, guerras religiosas, yihadismo y hambrunas
africanas, o la pobreza y la violencia narcotraficante que gangrena
norte, centro, sur y Caribe latinoamericanos.
La
primera causa de ese éxodo generalizado son las guerras cíclicas que
obligan a la mayoría de la población a huir de los bombardeos y la
muerte segura, como en Irak, Afganistán, Líbano o Siria, países
devastados y arrasados por guerras atroces, a lo que se agrega ahora el
éxodo de ucraniano, que se instaló en masa en Europa.
Hace
apenas unos años se apiñaban en las fronteras del este millones de
migrantes que huían de Asia y Oriente Medio hacia Europa y morían en
arriesgadas travesías por mar, o quedaban atrapados en campamentos en
países intermedios, hacinados, enfermos y rodeados por extremas medidas
de seguridad destinadas a disuadirlos de seguir el viaje.
En
la última década el flujo dramático proviene de África y se cuentan ya
por decenas de miles los migrantes muertos al naufragar sus precarias
embarcaciones en el Mediterráneo, frustrando su intento de tocar playas
griegas, españolas o italianas. Los que sobreviven y se cuelan por las
porosas fronteras siguen el camino hacia el norte, desde donde intentan
cruzar el canal de la Mancha hacia el Reino Unido o las costas belgas,
de los Países Bajos o Dinamarca, donde se quedan o tratan de llegar a El
Dorado de Suecia o Noruega.
Fui
testigo de ese lento proceso cuando en la década pasada en la estación
de trenes de la rica ciudad alemana de Múnich, ya de por sí atestada de
migrantes turcos y griegos, veía el flujo permanente de asiáticos y
mediorientales que llegaban desorientados por miles y eran recibidos por
asociaciones caritativas. Se veían muchas madres solas con hijos
menores que habían logrado superar los filtros fronterizos y eran solo
la ínfima parte del éxodo que ya se apeñuscaba en Turquía, Grecia,
Austria, los países balcánicos o del este europeo, como Hungría,
Rumania, Bulgaria, Polonia y República Checa.
El
fenómeno llegó a tales niveles, que la canciller alemana Angela Merkel
ordenó recibir a casi dos millones de inmigrantes, por lo que en
ciudades, suburbios y pueblos se veía como proliferaban las
instalaciones plásticas tecnificadas donde se alojaban esas personas.
Fue
una decisión estratégica, pues la natalidad alemana se había desplomado
a tales niveles que se ponía en riesgo el futuro del país. Muchos de
esos migrantes jóvenes del sur son de clase media que vienen educados y
formados en diversos oficios e incluso ostentan títulos universitarios.
Todos esos jóvenes obtuvieron empleo rápido en hospitales, fábricas,
obras públicas o restaurantes y comercios, impulsando de paso la
economía.
La mayoría de
esas personas vienen sedientas de vivir en paz y ponerse a trabajar de
inmediato, lo que el gobierno entendió y es un hecho palpable, pues la
industria, el agro y todas las actividades fueron irrigadas por esa
nueva fuerza laboral. Casi todos los países europeos desde Noruega,
Suecia y Dinamarca hasta los del este y el centro han experimentado
radicales cambios sociológicos visibles en el creciente mestizaje
palpable en escuelas, parques y calles.
En
París es tangible la filtración permanente de migrantes de todas la
nacionalidades que llenan plazas, bulevares y suburbios capitalinos
hasta que son trasladados en operativos especiales y distribuidos en
ciudades y pueblos del interior, en medio de las protestas de la
población, que adhiere a los partidos xenófobos de extrema derecha, lo
que es la tendencia generalizada en el continente y se verá reflejada en
las próximas elecciones europeas de junio.
Como toda la población mundial está
ahora conectada a través de los teléfonos celulares, las pantallas se
han convertido en un imán que llena de sueños a la juventud
dopada por las imágenes irreales del primer mundo agenciadas por la publicidad de las marcas de lujo y la música popular
del rap y el reggeaton, influida por el arribismo y la codicia de la
ideología narcotraficante y mafiosa.
En
el siglo XX este fenómeno fue visible en países como Estados Unidos,
Brasil y Argentina, que recibieron oleadas de inmigrantes europeos que
huían de la miseria o las guerras y venían de Oriente Medio, China, los
balcanes, Italia, Francia o España. Pero en ese entonces no había
televisión ni internet ni redes sociales y las noticias circulaban a
través de los tangos, las cartas o los cinematógrafos.
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Publicado en La patria. Manizales. Colombia. Domingo 14 de abril de 2024.
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sábado, 30 de marzo de 2024
LLEGAR EN ABRIL A LA CIUDAD DE EIFFEL
Por Eduardo García Aguilar
Llegué a París un 5 de abril, al inicio de la primavera, cumpliendo el rito de un sueño adolescente. Hacía frío, pero un extraño fuego parecía incendiar los viejos monumentos cubiertos por el óxido verduzco o la añeja ceniza de las chimeneas. Percibíamos el olor novedoso de una ciudad cuyas casas y templos albergaron durante siglos la fe o la duda de sus habitantes en tiempos de reyes. Los cementerios estaban repletos de seres idealistas que antes vibraron por sueños y batallaron hasta la muerte por paraísos que nunca se cumplieron como La Revolución Francesa o la Comuna de París. Aquella tarde vimos revelado el resplendor implacable de la vida, la triste insignificancia de las generaciones, el fluir de la materia perecedera que nos conforma y de la que solo somos accidente.
Llegué a París un 5 de abril, al inicio de la primavera, cumpliendo el rito de un sueño adolescente. Hacía frío, pero un extraño fuego parecía incendiar los viejos monumentos cubiertos por el óxido verduzco o la añeja ceniza de las chimeneas. Percibíamos el olor novedoso de una ciudad cuyas casas y templos albergaron durante siglos la fe o la duda de sus habitantes en tiempos de reyes. Los cementerios estaban repletos de seres idealistas que antes vibraron por sueños y batallaron hasta la muerte por paraísos que nunca se cumplieron como La Revolución Francesa o la Comuna de París. Aquella tarde vimos revelado el resplendor implacable de la vida, la triste insignificancia de las generaciones, el fluir de la materia perecedera que nos conforma y de la que solo somos accidente.
Tres
días antes había muerto el presidente Georges Pompidou. El
país se aprestaba a un nuevo cambio, pero la incertidumbre no se
reflejaba en las caras blancas, lívidas, de los transeúntes, que en
abril, cubiertos por gabardinas y abrigos, expelían de sus bocas un
aliento humeante. Después de bordear el Sena unas horas y mirar fluir el
agua desde los puentes con un ejemplar recién comprado de Le Monde
debajo del brazo, me acerqué a la estación del metro. Abajo pregunté
por donde introducir el boleto amarillo y fue como ingresar al
tren fantasma de la infancia, cuya oscuridad era sorprendida a veces por
algún monstruo o una aparición levitante. El tren era casi centenario,
verde, de madera
y renqueante.
Llegué
a la estación Saint-Lazare, donde sin duda el poeta José Asunción Silva
y José Maria Vargas Vila deambularon como tantos otros modernistas de
nuestro
continente, maravillados por el progreso y la magnificencia de la
arquitectura de hierro de Eiffel. Nos impresionaron también esos amplios
hangares, las vastas techumbres y vigas de hierro, los
frisos art-decó, las enmarañadas marquesinas que aquella tarde parecían
cargar ellas solas con la fuerza de mil nubes eternas.
Al
día siguiente se celebraron los funerales nacionales de Pompidou, el
presidente que sucedió al viejo general Charles de Gaulle. Letrado y
estadista amante del arte y la poesía, elaboró una de las mejores
antologías de la poesía francesa y durante su gobierno se prepararon las
bases para la construcción del museo de arte moderno Beaubourg, que
llevaría su nombre. Empezaron a llegar presidentes y mandatarios de todo
el mundo, entre ellos Richard Nixon, y sus honras fúnebres fueron en la
catedral de Notre Dame. Después vinieron las elecciones anticipadas en
las que participaron el socialista François Mitterrand, el gaullista
Jacques Chaban Delmas y el centrista ex ministro de Economía, Valéry
Giscard d'Estaing, quien ganó. Los debates en la televisión y en la gran
prensa eran fascinantes y el ambiente se convirtió en un curso
inmediato de ciencias políticas.
En
la década siguiente vinieron muchos cambios en el mundo. Los hippies y
los
revolucionarios se volvieron viejos y pasaron de moda. Se acabaron los
sueños de Mao y los maoístas se quedaron sin patriarca.
China se modernizó y dejó atrás el viento medieval que su viejo tirano
había querido imponer. Vietnam ganó al imperio estadounidense una guerra
interminable. Bajo el mando de Pol Pot, Camboya vivió la amarga
experiencia totalitaria que Conrad
vislumbrara en el Corazón de las tinieblas.
Portugal
derrotó a la
dictadura y se volvió una democracia europea. España vio morir al
tirano Franco y después se dio la convivencia impensable años antes,
entre la monarquía y el gobierno socialista. Mitterrand llegó al poder
después de buscarlo durante décadas. Nixon tuvo
que renunciar acusado por ágiles periodistas. El shá de Irán dio
paso a una dictadura religiosa. Murió Sartre y con él toda una época.
Murieron Malraux, Neruda, Lennon, Buñuel, Miró, dos papas, Brejnev,
Marcuse, Ingrid
Bergman.
Vimos
a Julio Cortázar deambulando en Toulouse, hombre que no envejecía,
luchando con entusiasmo por un sistema en el que tal vez no hubiera
querido vivir. Vimos a Sartre muy enfermo y babeante caminar en un
cementerio del brazo de Simone de Beauvoir y desmayarse
casi en el sepelio de Pierre Goldman. El tiempo pasó como en una larga
película hollywoodense. La misma guerra que vemos arder ahora en muchas
partes del mundo es la misma conflagración metálica, fría, de
profesionales, donde los que pierden son mujeres, niños y viejos.
De
pronto, al final del túnel del tiempo, después de muchas peripecias y
volteretas, hay sin embargo una nueva realidad al otro lado en el
continente
latinoamericano desde México a Brasil, pasando por Colombia y Chile, por
lo que en muchas ciudades peligrosas y maravillosas a la vez se expresa
el futuro. Hay que estar con los ojos abiertos observando la fusión
de nuestras pasiones, nuestra lengua, nuestras calles repletas de
basuras y de hombres angustiados, mirando y escribiendo el reino del
caos.
Lo que no morirá será la palabra de quienes prefieren la
trinchera de los lápices a la de las armas. Dándole la espalda a los
vendedores de paraísos obligatorios y a los tecnócratas de la guerra y el tedio, podemos mirar
el horizonte y saber que pese a la sudorosa penuria de nuestros
suburbios y calles, a la algarabía de los mercados, o tal vez no pese, sino
gracias a todo ello, podemos seguir escribiendo la verdad de América Latina, un rincón
maravilloso del mundo.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. 31 de marzo de 2024.
lunes, 25 de marzo de 2024
CIEN AÑOS DE LA MONTAÑA MÁGICA
Por Eduardo García Aguilar
En 2024 se cumplen cien años de la publicación de la novela La montaña mágica del Premio Nobel alemán Thomas Mann, uno de los libros más significativos del siglo XX, que transcurre antes del inicio de la Primera guerra mundial en el Sanatorio Internacional Berghof para tuberculosos de Davos, en los alpes suizos.
En 2024 se cumplen cien años de la publicación de la novela La montaña mágica del Premio Nobel alemán Thomas Mann, uno de los libros más significativos del siglo XX, que transcurre antes del inicio de la Primera guerra mundial en el Sanatorio Internacional Berghof para tuberculosos de Davos, en los alpes suizos.
El
joven burgués y huérfano Hans Castorp, criado por su abuelo y su tío en
Hamburgo, va de visita al sanatorio a ver su primo Joachim, afectado
por ese mal que después sería controlado con la aparición de la
penicilina, pero al final termina quedándose allí durante siete años,
antes de partir a enrolarse en el ejército alemán al iniciarse la guerra
que ya se sentía venir en los primeros lustros del siglo XX.
Castor
termina seducido por el ambiente del lugar, comandado por el médico
Behrens, que ama el arte y es pintor y es secundado por el psicoanalista
Krokovski, quien realiza sesiones donde circulan las ideas que
comenzaban a estar de moda bajo la batuta del gran Sigmund Freud y sus
jóvenes discípulos en la capital austriaca Viena.
En
el hospital hay un lujoso comedor con siete grandes mesas para una
decena de comensales cada una, donde día a día personajes variados se
encuentran y establecen todo tipo de relaciones y diálogos, a veces
sacudidos por la muerte súbita y ya prevista de algunos internos,
suicidios inesperados o la llegada de nuevos clientes, como la bella y
sexual Clawdia Chauchat, de la que se enamora perdidamente el joven
protagonista.
Durante su
estadía, que era primero solo como visitante, el joven ingeniero naval
Castorp resulta diagnosticado con el mal, por lo que se queda para
seguir el tratamiento. En aquellas alturas nevadas comienza a
relacionarse con el escritor liberal italiano Settembrini, con quien
sostiene amplias discusiones apasionadas mientras caminan por el pueblo o
las montañas. El excéntrico maestro se vuelve su mentor a medida que
avanzan las sesiones de formación socrática en temas filosóficos,
literarios y políticos.
Después
esos temas serán cotejados y complementados con la aparición del
jesuita Naphta, contradictor que se enfrenta con Settembrini en una
magnífica esgrima intelectual y verbal sobre todos los temas, como era
de uso en esos tiempos a la vez tan modernos y tan lejanos de nosotros.
A
lo largo de la novela se viven momentos intensos durante las diversas
agonías a las que asiste Castorp en una etapa de su estadía, cuando se
dedicó a la obra de caridad de acompañar a los enfermos hasta el último
suspiro. A veces en pleno invierno, los cuerpos de los fallecidos eran
enviados al pueblo en trineos de bobsleigh que bajaban raudos sobre la
nieve.
Pero también en
medio del aislamiento había fiestas, recepciones, ebriedades, sesiones
de espiritismo, delirios bajo tormentas de nieve, exaltaciones,
presencias de personajes absurdos y caricaturales, erotismo desbordado e
iluminaciones, mientras abajo, en la Europa real sucedían las crisis
económicas y se preparaban los ejércitos.
Ha
pasado un siglo, pero Europa sigue viviendo inmersa entre los mismos
fantasmas, sumida en la incertidumbre de la guerra, la división, la
crisis y el sonido ineluctable de los tambores bélicos que retornan de
manera cíclica, ante la inercia cómplice de líderes que llevan al
matadero a sus ciudadanos como el Flautista de Hamelin llevaba ratas al
abismo.
Por eso La montaña
mágica es tan importante y necesaria, convertida en un clásico
permanente y vivo, como lo han sido Prometeo encadenado de Esquilo o la
Divina Comedia de Dante, entre otras. Y es un ejemplo logrado de lo que
es una novela, o sea la creación con palabras de un mundo dentro del
mundo, un universo dentro del universo, a veces más nítido y palpitante
que la propia realidad.
Los
grandes autores de novelas son creadores de universos. Antes de
emprender la escritura y durante el proceso, el autor va armando una
catedral de tiempo y lugar, donde deambularán los personajes. Para ellos
hay que inventar paisajes, calles, ámbitos climáticos y geográficos,
bajo la lluvia o el sol y las circunstancias históricas donde
transcurren sus existencias. Es un reto enorme para el novelista y si
logra escribir una obra maestra como ésta, siente una gran sensación de
victoria y poder, aunque muchas veces ignora que lo ha logrado, porque
el veredicto definitivo sobrepasa el tiempo de su existencia y se
interna hacia el futuro hipotético.
El
periplo de Hans Castorp encarna el destino del humano en todas sus
circunstancias. Por eso al final de su formación y retiro, baja de las
alturas a enrolarse en el ejército de su país, sabiendo que morirá, pues
en esas batallas cuerpo a cuerpo de la Primera guerra mundial eran
pocos los sobrevivientes, solo aquellos que mutilados o no, permanecían
en el mundo para contarlo.
Allá
arriba en ese ámbito cerrado, Thomas Mann logra hacer una metáfora de
las incertidumbres de su época, que iba directo a la guerra en medio de
los grandes avances de las ciencias, la tecnología y la industria
mundiales. En ese universo cerrado hay tiempo para cavilar sobre todos
los temas esenciales posibles, los mismos que hoy agitan y en el futuro
preocuparán a ciertos individuos alertas que viven la existencia como un
relámpago permanente.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 24 de marzo de 2024.
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sábado, 16 de marzo de 2024
LOS TAMBORES DE GUERRA
Por Eduardo García Aguilar
Las
generaciones se suceden de manera vertiginosa unas a otras para repetir
el ritual de la vida y la muerte con sus entusiasmos y derrotas, por lo
que es absurdo pensar que todo pasado fue peor o mejor y que el mundo
irá al despeñadero o será radiante cuando los nuevos lleguen al poder.
Eso
lo sabían ya hace miles de años los grandes sabios desde la atalaya de
su senectud, cuando sentados en el Ágora veían pasar a los jóvenes y los
interpelaban con bromas o imprecaciones, como Diógenes. O cuando, como
Sócrates, ya entonados por el vino y rescostados en sus literas, pasaban
la tarde arreglando el mundo y escrutando el futuro.
Cada
nueva generación descubre el agua tibia que fluía en los imponentes
baños romanos donde multitudes de ciudadanos conversaban, coqueteaban y
se dedicaban al chisme, la intriga y la maledicencia, refiriéndose a los
gobernantes de turno, a cortesanos y preferidos, que tarde o temprano
terminaban por morir de muerte natural o asesinados en medio de
revueltas y cambios súbitos de destino.
A
veces había periodos de relativa paz y estabilidad celebrados por los
viejos que experimentaron jóvenes los dolores de la guerra y llevaban en
sus pieles o mutalaciones los estigmas de la conflagración. Esas épocas
de relativa paz eran disfrutadas por los ancianos, aunque en las nuevas
generaciones ardiera ya el ineluctable deseo tanático de la adrenalina
que es la materia de los héroes y el cimiento de la gloria militar.
Espléndidos
teatros y estadios a donde acudía la muchedumbre a divertirse y recibir
su cuota de pan y circo, ágoras griegas y palacios de emperadores
asirios, tabernas romanas o pompeyanas donde acudía a libar la gente del
común, bibliotecas, mansiones y edificaciones de varios pisos, casernas
militares lejanas, sólidas vías, murallas, faros y acueductos, son
prueba de que ya todo existía más o menos como hoy desde los tiempos del
Minotauro o Moisés, excepto que no cruzaban aviones por el aire ni
satélites por el espacio ni existía la bomba atómica.
Uno
imagina a Paulo de Tarso viajando por todos los países de la cuenca
mediterranéa tratando de ganar adeptos para su causa, conocedor como
pocos de todos los rincones del imperio donde tenía amigos, y de la
capital Roma, la metrópoli donde reinaba la algarabía, la pobreza, el
lujo, la violencia y el vicio.
Gracias
a tabletas sumerias, jeroglíficos egipcios, escritos griegos o latinos,
códices mayas o archivos chinos, tenemos conocimiento de esas complejas
sociedades que a lo largo de los milenios tenían escuelas, sabios,
sacerdotes, matemáticos, médicos, escribas, estrategas, administradores y
funcionarios especializados en hacer la guerra o mediar en conflictos e
incluso practicar la poesía o la astronomía.
Por
eso no es extraño que al terminar el primer cuarto del siglo XXI
escuchemos tambores de guerra en casi todo el mundo, que poco difieren
de los anuncios de Alejandro Magno, Darío, Julio César, Trajano o
Adriano, Gengis Kahn, Atila, Soleimán y tantos otros gobernantes que
repitieron de generación en generación el ritual de la guerra y la
destrucción.
Cada país del
mundo sin falta puede hacer la cronología milenaria y centenaria de sus
desgracias y guerras, como lo atestiguan las estatuas de sus héroes, los
nombres de las plazas o los monumentos que alimentan el orgullo
nacional y patriótico.
Hace
apenas 80 años terminaba la Segunda Guerra Mundial y ahora las
potencias muestran los dientes y no descartan usar el arma nuclear,
argumentando unos y otros que están en peligro "existencial", por lo que
a veces uno se imagina como en la película Casablanca, corriendo a
buscar un tren hacia las costas del Atlántico y un barco para huir hacia
donde no haya bomba atómica.
Lo
extraño entre los líderes de las potencias mundiales actuales es que
nadie habla de paz y todos, ancianos y jóvenes, sacan el pecho por la
guerra como los gorilas. La gran potencia occidental y sus adláteres
europeos solo hablan de invertir en tanques, ametralladoras, misiles,
municiones, aviones, helicópteros y drones, que facturan con alegría las
empresas nacionales. Igual lenguaje es usado por las potencias del otro
lado del planeta, también dotadas con el arma nuclear y otros países
ricos y pobres de Oriente Medio, Asia y África que viven entre asonadas y
amenazas, comandados por dictadores que escogen uno u otro bando.
Asombra
que miles de años después estemos en las mismas y que en plena era
interconectada por las frágiles redes de internet, la actualidad
televisiva y la noticia al instante, estemos escuchando en todo el mundo
los mismos anuncios de guerra. Pueblos asediados, hambruna
generalizada, cementerios de soldados anónimos y decenas de miles de
muertos civiles, niños, madres y ancianos.
Lo
más extraño es que hablar de paz en estos tiempos es visto con sospecha
por quienes detentan el poder mundial y los ideólogos y medios que los
secundan. Quienes abogan por la paz son vistos ahora con desconfianza o
perseguidos y hasta el papa Francisco, que pidió esta semana a los
beligerantes sacar la bandera blanca y negociar, recibió duras críticas e
imprecaciones por decirlo, como si fuera un peligroso subversivo.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 17 de marzo de 2024.
domingo, 10 de marzo de 2024
LA PROLIFERACIÓN LITERARIA
Por Eduardo García Aguilar
Uno
de los fenómenos más interesantes en los usos literarios en América
Latina y el mundo en este siglo XXI, décadas después del inicio de la
era digital, es la creciente proliferación literaria, inimaginable en el
siglo pasado, cuando ser escritor era un desdeñado camino riesgoso y
minoritario, que podía llevar a la miseria y a la soledad en capitales y
provincias.
La llegada de
las computadoras facilitaron la tarea, que antes era ruda con las viejas
máquinas de escribir Underwood y Remington que obligaban a repetir la
plana cuando se cometían errores y exigían gran fortaleza dactilar, por
lo que alguna vez Juan Rulfo dijo que se debía comer mucha carne para
enfrentar el reto físico de ser escritor. Además desde hace más de dos
décadas los magníficos programas automáticos anuncian y corrigen los
errores de ortografía y redacción y pronto la Inteligencia Artificial
redactará los libros de los aspirantes a la gloria.
Salvo
unos cuantos escritores, en su mayoría varones, que lograban gran
reconocimiento y con frecuencia se desempeñaban en altos cargos
gubernamentales y diplomáticos, la mayoría de los escribidores, poetas,
cuentistas y narradores del siglo XX eran marginados a los que casi todo
el mundo les sacaba el cuerpo, como si estuvieran afectados por la
peste.
Cuando alguien
comunicaba a la familia su deseo de convertirse en poeta o novelista,
las madres irrumpían en llanto, al saber el viacrucis que el pobre
muchacho tendría que recorrer a lo largo de la vida, y lo imaginaban
mendigando en los cafés como gotereros o tratando de vender sus pequeños
poemarios a los amigos o conocidos, que al verlo llegar con la precaria
mercancía lírica se escondían o huían.
Al
propio García Márquez de joven lo apodaban "Trapoloco" y lo
consideraban "un caso perdido" y en México, cuando llegó a la capital
muchos con poder literario se burlaban de él por su apariencia, no le
auguraban ningún futuro y no comprendían como su amigo Alvaro Mutis lo
recomendaba con tanto entusiasmo.
El
propio Nobel relató con generosidad sus penurias infantiles y juveniles
en Vivir para contarla, como cuando iba a vender estampas o duleces en
el mercado de Cartagena de Indias para ayudar a su mamá, encargada sola
de una enorme prole. Y eso sin incluir la miseria vivida en París cuando
recorría las calles en invierno en espera de hallar una moneda perdida
en el suelo o tocaba la guitarra y cantaba en los bares y cavas
existencialistas para ganar unos francos al lado de su amigo el artista
venezolano Soto.
Pero su
consagración y triunfo milagroso después de años de dificultades ejerció
sin duda un efecto favorable para el cambio en la percepción general de
los escritores en ambientes donde antes los aborrecían y desató la
codicia de quienes pensaron repetir la proeza y así volverse famosos,
millonarios y adulados como en los cuentos de hadas en un abrir y cerrar
de ojos.
Empezaron
entonces a proliferar los talleres literarios y más tarde las prósperas
carreras académicas de escritura creativa que se convirtieron en
rentable negocio en los campus universitarios estadounidenses y luego
fueron clonadas con éxito en el resto del continente latinoamericano.
Ahora estudiar para escritor se volvió una carrera de moda como antes el
derecho, la sociología, la antropología o el periodismo y los
estudiantes presentan ahora como tesis novelas o libros de cuentos con
la esperanza de que sus maestros o los contactos obtenidos tras pagar
costosas matrículas y mensualidades, puedan llevarlos a la gloria y la
fama.
También al lado
de esas carreras universitarias, han proliferado editoriales
especializadas en publicar los libros que no encuentran editor y venden
el sueño de la gloria a cambio de pagar la edición o comprar centenares
de ejemplares. Los pudientes o las pudientes que tienen para pagar
publican cada año varios libros como conejos o conejas y quienes no
tienen recursos se quedan para siempre con sus manuscritos engavetados
en el limbo.
El editor
Guillermo Shavelzon calcula que en todo momento hay en circulación en
América Latina al menos 3.000 manuscritos de novelas correctas que nunca
hallarán editor y la cifra de poemarios debe ser casi infinita como las
estrellas del cosmos.
Pero
todo esto en fin de cuentas es una buena noticia para la literatura,
pues las carreras universitarias de escritura creativa propician la
formación sólida de muchos nuevos lectores, editores, corectores y
redactores y eso es mejor a que estudien para mafiosos. Es seguro que
los miles y miles de aspirantes a escritores no lograrán jamás la gloria
de García Márquez, porque eso es un fenómeno de otra época e
irrepetible, pero al menos gozarán de los libros y soñarán escribiendo
como antes de la invención de la imprenta, cuando se usaban las tabletas
sumerias y los papiros egipcios.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. 10 de marzo de 2024
Etiquetas:
América Latina,
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